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De data entry del Fisco a estratega fiscal: ¿Cómo nos ven los clientes y que futuro queremos los contadores?

contador publico

En lugar de concentrarse en la creación de estrategias para optimizar las cargas fiscales de sus clientes, gran parte de su tiempo se consume en tareas operativas impuestas por un sistema que es, en muchos casos, ineficiente y tedioso.


El contador en Argentina, que históricamente ha sido un aliado en la planificación fiscal y empresarial, hoy, y desde hace décadas, ve su rol limitado por la complejidad burocrática y tributaria del país. En lugar de concentrarse en la creación de estrategias para optimizar las cargas fiscales de sus clientes, gran parte de su tiempo se consume en tareas operativas impuestas por un sistema que es, en muchos casos, ineficiente y tedioso.

Esta realidad, que podría calificarse como una desnaturalización de la profesión, pone en evidencia la necesidad urgente de una desregulación y simplificación burocrática que permita a los contadores retomar su rol esencial en la planificación fiscal.

¿Porqué la gente «odia» al contador?

Hoy en día, la mayor parte de las tareas que realiza un contador en Argentina están destinadas a la carga de datos, presentación de declaraciones juradas y cumplimiento de las normas que impone la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP). Este proceso, sumamente tedioso y que demanda un tiempo considerable, transforma al contador en una suerte de «data entry» del fisco, donde gran parte de su tiempo se destina a la recolección y procesamiento de información para cumplir con un sistema impositivo que, por momentos, parece laberíntico. Los profesionales deben lidiar con cambios constantes en la normativa, la implementación de nuevos regímenes informativos y la presión de vencimientos cada vez más complejos.

Esta situación no solo reduce el margen de acción del contador en áreas más estratégicas, como el análisis financiero o la planificación tributaria, sino que también tiene un impacto directo en la productividad de las empresas y la economía en general. En lugar de poder asesorar sobre cómo optimizar los recursos financieros o fiscales, el contador está abrumado por una maraña de obligaciones que, muchas veces, no generan valor agregado a los negocios ni a los contribuyentes.

Esta situación ha generado descontento tanto entre los contadores como entre los contribuyentes, quienes ven con malos ojos tener que pagar por tareas repetitivas que consideran innecesarias. Este problema revela la necesidad urgente de una desregulación y simplificación del sistema tributario para liberar al contador de tareas tediosas y permitirle enfocarse en lo verdaderamente importante: la planificación fiscal.

Uno de los motivos por los que los clientes se resienten al pagar por servicios contables es porque sienten que están desembolsando dinero para cumplir con un sistema que debería ser más simple y accesible. Además, existe la percepción de que los contadores podrían estar interesados en que el sistema funcione de manera ineficiente para garantizar la necesidad de su intervención en estas tareas repetitivas.

Sin embargo, nada podría estar más lejos de la realidad. La idea errónea de que los contadores fomentan un mal funcionamiento de la AFIP para asegurar su intervención no tiene sustento en la realidad profesional. El deseo más grande de un contador es que el sistema funcione eficientemente, evitando la frustración diaria que genera lidiar con problemas técnicos que no se solucionan. Cuando la AFIP no funciona como debería, el profesional pierde tiempo valioso, su trabajo se ve afectado y su reputación frente a los clientes también se deteriora. Ningún contador quiere estar resolviendo problemas de acceso a plataformas o lidiando con errores que demoran tareas que podrían ser rápidas y automáticas.

Dejar que los contribuyentes realicen por sí mismos las tareas más simples, como la generación de un volante electrónico de pago, permitiría que el contador dedique su tiempo a lo que realmente importa. La simplificación del sistema tributario no solo reduciría las molestias para el cliente, sino que además elevaría el rol del contador como un asesor especializado, dejando atrás la imagen de un mero operador técnico del fisco.

La disolución de la AFIP…

Uno de los debates que surge ante esta situación es si la disolución de la AFIP implicaría un «ahorro» para el contribuyente al no necesitar tanto de los servicios de un contador. La respuesta es compleja y depende de varios factores.

Si la nueva agencia de recaudación que reemplazara a la AFIP estuviera acompañada por un conjunto de leyes y reglamentaciones que dispongan una fuerte simplificación impositiva, eliminando cargas innecesarias y optimizando los procesos para los contribuyentes, entonces sí, el contador podría pasar a cumplir un rol más especializado como analista y asesor impositivo, tal como sucede en muchos países con sistemas tributarios más eficientes. En ese escenario, las tareas repetitivas y tediosas desaparecerían, y el valor del contador se centraría en lo estratégico: planificar y asesorar de manera integral a sus clientes.

Por el contrario, si la creación de una nueva agencia tributaria no viene acompañada de una simplificación significativa del sistema, el panorama no cambiaría. El contador seguiría atado a un sinfín de obligaciones burocráticas, presentaciones y actualizaciones constantes, con lo cual la promesa de ahorro para el contribuyente sería solo ilusoria. Esta situación es algo que ni los contadores ni los contribuyentes desean. Ambos buscan un sistema más ágil y transparente, donde el contador pueda dedicarse a tareas que realmente agreguen valor.

Lo que está claro es que ni los contadores fomentan el mal funcionamiento de la AFIP para asegurar su rol, ni los contribuyentes deberían pensar que pagar por estas tareas operativas es el único destino de su relación con el profesional. Lo más valioso que puede ofrecer un contador hoy en día es su capacidad de generar estrategias fiscales eficientes, pero esto solo será posible en un contexto donde el sistema tributario permita que los profesionales se alejen de las tareas operativas repetitivas y se enfoquen en asesorar y planificar dentro de los márgenes de la ley.

Los contadores desean que la AFIP o cualquier agencia que la reemplace funcione de manera eficiente, porque cuando el sistema falla, el profesional sufre las mismas frustraciones que el contribuyente. Los constantes problemas técnicos, la falta de claridad normativa y la carga excesiva de obligaciones son obstáculos que impiden que el contador desempeñe su verdadero rol: ayudar a sus clientes a gestionar sus finanzas de manera más inteligente.

La culpa no es del chancho…

¿La culpa de pagar impuestos altos y que sea necesario tener un contador para cumplir con el fisco es del contador?

La respuesta es clara: es el sistema el que impone estas exigencias. Los contadores no diseñan la normativa, ni deciden sobre la complejidad del régimen tributario. Lo que hacen es ayudar a los contribuyentes a cumplir con estas obligaciones, muchas veces engorrosas, para evitar sanciones y facilitar el cumplimiento dentro de un marco legal que parece estar lejos de la simplicidad. En lugar de generar valor estratégico, muchas veces el contador se ve forzado a actuar como un operador del sistema.

La percepción actual del cliente sobre el rol del contador en Argentina refleja una frustración compartida tanto por los contribuyentes como por los profesionales. Sin embargo, lo que queremos los contadores es lo mismo que desean los clientes: un sistema más simple, eficiente y transparente, que nos permita concentrarnos en generar valor real a través del asesoramiento fiscal estratégico.

En países donde los sistemas fiscales son más simples, el rol del contador se centra en el análisis y la planificación de la carga tributaria, la protección patrimonial y la optimización de recursos. En Argentina, este tipo de asesoramiento suele quedar relegado a un segundo plano, cuando en realidad es en estos aspectos donde la figura del contador puede marcar una verdadera diferencia. Los grandes patrimonios y las rentas de mayor magnitud necesitan planificación y estructuración fiscal eficiente para garantizar el cumplimiento de las normas, pero también para asegurar que las decisiones tomadas hoy maximicen los beneficios a largo plazo.

Por lo tanto, es fundamental que el sistema evolucione hacia un esquema que elimine las trabas burocráticas, que brinde más simplicidad y certidumbre tanto a los contribuyentes como a los contadores, permitiendo que estos últimos puedan desempeñar su rol natural como estrategas fiscales. Solo de esta manera, el contador podrá dejar de ser el «recolector de datos del fisco» para retomar su función esencial como un actor clave en la planificación financiera y tributaria del país.

La Argentina necesita, más que nunca, profesionales capaces de orientar su crecimiento económico, y para que esto ocurra, el contador debe estar en el centro del proceso de toma de decisiones estratégicas, no atrapado en la trampa burocrática de un sistema obsoleto y agotador. La transformación es posible, pero requiere un cambio decidido en la política fiscal que valore la contribución del contador como un socio estratégico y no solo como un operador técnico del fisco.

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